lunes, 1 de agosto de 2016

Habitar el laberinto – rutas que se bifurcan – Ruta del Diálogo. Autor: Mg. Arq. Leandro Tomás Costa

Habitar el laberinto – rutas que se bifurcan – Ruta del Diálogo.

Por lo general creemos que el impulso a movilizarnos en el espacio es propio. Sin embargo, cuando nos preguntamos por el fundamento más profundo de dicho impulso solemos exteriorizar la causa. Tenemos deberes y  jefes, necesidades primarias, secundarias y otras. La sociedad decimos.

Las prácticas sociales, relativas a los sistemas del habitar y del hablar, nos constituyen y son constituidas por los que habitamos. Los espacios del habitar y las prácticas sociales se interrelacionan recíprocamente, conformando una trama compleja de códigos diversos no siempre perfectamente compatibles entre sí. El resultado, al intentar entenderlo en conjunto, nos estremece, no podemos comprender el sentido último, pero seguimos en movimiento, no podemos detener el devenir. El sueño de las leyes inmutables no instituye verdaderamente al mundo. Este, el mundo del cual formamos parte, es intrincado, como una gigantesca infraestructura espacial y burocrática, incapaz de administrar todos los significados, lenguajes, idiomas y paisajes.

El habitar el mundo, es habitar una construcción múltiple, un bosque impenetrable. Las verticalidades no son fresnos, o por lo menos no siempre, y son sin duda difíciles, sino imposibles de derribar. Percibir el bosque, detectar sus claros, observarlo como un ente abstracto, no es del todo posible cuando se lo está fabricando simultáneamente. Aun así, los que lo habitamos emprendemos el trabajo de trazar caminos, posibles rutas para, no solo atravesarlo, sino explorarlo, entenderlo. Si exploramos al bosque, conoceremos al mundo y al hombre, posiblemente al universo. Podremos entrar y salir de él, controlarlo, dominarlo.

Los griegos, posiblemente los egipcios antes, llamaron a este bosque, este gigantesco y  a la vez diminuto Parque fabricado, laberinto. En él, los elementos y ámbitos se encuentran conectados por rutas. En el mundo clásico, existieron laberintos de una única ruta, con un inicio, un desarrollo prácticamente intestinal y un desenlace central, y también laberintos para perderse con caminos falsos sin salida, donde la dificultad de llegar al centro implicaba la dificultad de poder salir.

En el centro se encontraba el habitante supremo del laberinto, su habitante eterno, el único ser inmanente a dicha construcción, el minotauro, otra cara de Dionisos, ser inmovilizado en el centro. Extraño es que un ser prácticamente divino y sobre natural estuviese habitando encarcelado una arquitectura del hombre. Dédalos el súper-arquitecto que ideo el laberinto mítico, también fue encerrado en su laberinto, del cual pudo, con ingenio y arte, finalmente escapar.

Los hombres tenían que pagar con sacrificios, el poder extraterritorial de los dueños del laberinto, el cual no era aún el mundo, sino parte compacta de él. 

Los hombres tenían una relación de terror con el laberinto, una relación destinal. Entraban forzados al laberinto y no detenían su marcha. Muchos intentaron escapar. El terror era tal que no se detenían ante el cansancio. Los más fuertes llegaban al centro, de donde debían emprender el camino a la salida, pero en el centro eran devorados por el minotauro.

Es un hombre, Teseo, ayudado por Ariadna, hermana de minotauro, quien logra llegar al centro del laberinto y terminar con el minotauro, pero al matarlo, una poderosa maldición cayó sobre el hombre. El laberinto perdió al guardián del centro y por lo tanto al centro mismo, el ámbito imantado que mantenía al laberinto bajo control. Desde entonces el laberinto, como si tuviese vida propia, adentró sus rutas en el mundo hasta tomar su lugar. El laberinto niega las rutas, pero es sin duda una ruta, quiere ser universo, quiere ser interioridad infinita.

Si primigeniamente, el exterior al laberinto era el cielo, mientras el laberinto un infierno. Hoy el exterior al laberinto parece no existir. El terror a la nada es en realidad el temor a un laberinto en continua transformación, que se expande y contrae sin contradecirse.

Cuando vemos el cuadro El Grito de Edvard Munch, nos dicen que es el sujeto moderno que mira al vacío y grita un sonido sordo de terror, como en un mal sueño, donde queremos pedir ayuda y no sale ni un murmullo de nuestra boca aun haciendo un enorme esfuerzo. La alternativa a esta interpretación es que dicho sujeto munchiano haya tomado conciencia de la imposibilidad, no solo de salir, sino también de nacer y habitar en otra configuración espacial que no sea el laberinto. No existen rutas según dos puntos básicos, inicio y llegada, solo estar en continuo movimiento en una entraña arquitectónica superdimensional. No existe tampoco el vacío. Su inexistencia es aún más terrorífica que su existencia.

No sabemos por qué hacemos nuestros movimientos del habitar. No sabemos qué sentido profundo tienen nuestras prácticas sociales modernas. Quizás solo estemos intentando encontrar el camino de salida o intentando habituarnos a ciertos rincones relativamente cómodos solo por momentos. ¿La velocidad? Una estrategia inútil, por cierto peligrosa en un laberinto.

Dédalos - Ts’ui Pen – Borges:

Quien sin dudas fue un experto en denunciar al laberinto, fue el  maestro Jorge Luis Borges. Con una pasión digna de Dédalos, los construyó, los actualizo, los inventó. Fue un pensador del laberinto y de sus habitantes, y fue el mismo un habitante consciente del poder espacial y temporal del laberinto. Un iluminado quizás cegado por el resplandor de su contribución y erudición sobre el tema.

Con Borges las rutas del laberinto se transforman en vías de existencia de configuraciones diversas, de anchos variables, desde los senderos espacio-temporales de un jardín, o bosque, que se bifurcan al infinito, a laberintos en forma de desiertos Saharianos, metáfora de una modernidad acética y multidireccional de la que es imposible salir.

En “El jardín de los senderos que se bifurcan”, Borges ensaya la historia de un posible agente chino al servicio del Imperio Alemán en la primera guerra, llamado Yu Tsun, quien debe comunicar en código un sitio táctico fundamental para neutralizar a las fuerzas británicas antes de ser eliminado por el agente ingles Capitán Richard Madden. Yu Tsun, es descendiente Ts’ui Pen, gobernador de Yunnan, quien deja su cargo para dedicarse a escribir un libro y construir un laberinto. Cuando Yu Tsun, huyendo de Madden desciende de un tren en la estación de Ashgrove –campiña escocesa-, un niño le pregunta: “¿Usted va a casa del doctor Stephen Albert? Mientras otro le explica: “La casa queda lejos de aquí, pero usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda”. En ese instante una ruta, una bifurcación abierta define la existencia parcial de Yu Tsun en la historia, quien emprende la búsqueda de Stephen Albert, por lo demás un sinólogo, a través de un Jardín, El jardín de los senderos que se bifurcan.

Al encontrar a Stephen Albert, este le confirma que el jardín de los senderos que se bifurcan, pertenece, como invención, a Ts’ui Pen, ilustre antepasado de Yu Tsun. Stephen Albert explica el carácter secreto del Jardín, el sentido de conexión entre sus múltiples rutas y la dedicación literaria de su artífice.

“Ts’ui Pen diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un mismo objeto.” 

Así Ts’ui Pen, tributa al laberinto su texto, su libro, un codex, es decir un libro-código de bifuraciones “en el tiempo”, pero con correspondencias espaciales., donde todas las rutas son posibles, todos los inicios y todos los finales, el laberinto total, la negación de la ruta como unicum.
Dice Borges a través de Stephen Albert:
“La explicación es obvia: El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pen. A diferencia de Newton y Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente  vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos.”  

Un laberinto en expansión se proyecta hasta equipararse al universo, con el aporte de Ts’ui Pen – Borges, quien entiende que sin libro, sin codex, no hay laberinto, sin un texto en tanto proyecto, no hay universo, o por lo menos fragmentos significativos de él.  

Yu Tsun  liquida a Stephen Albert, es arrestado por Madden y por último sentenciado a la horca. El jefe de Yu Tsun en Alemania, logra descifrar el mensaje. El sitio a atacar es la ciudad llamada Albert, al norte de Francia. Previamente había quedado claro que “el tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros”.  El que Yu Tsun matara a Albert para indicar al Imperio Alemán que ciudad atacar era solo una de las posibles rutas. En otra posible ruta ambos Yu Tsun y Stephen Albert, compartirían una amistad prácticamente eterna.


Cada ruta, cada verdad y exploración en el jardín-bosque tiene su lugar en el codex, un proyecto-libro configurador del laberinto, del cual se puede salir de múltiples maneras, solo para volver a entrar de múltiples maneras. El hilo de Ariadna es en realidad un tejido inconmensurable, una ciudad. Teseo nunca salió verdaderamente del laberinto. Una estratagema del minotauro que Borges decodifica y recodifica como escritura y proyecto. Habitamos el laberinto. Matar al minotauro es inútil, es tiempo de hablar con él. Una ruta del dialogo.


Bibliografía citada:

--      Borges, Jorge Luis, Ficciones: El Jardín de los senderos que se bifurcan, editorial EMECÉ, Buenos Aires, 1996.

Bibliografía Teórica:

--  Doberti, Roberto, Espacialidades, editorial Infinito, Buenos Aires, 2008.
--  Doberti, Roberto, Fundamentos de la Teoría del Habitar, editorial Universidad Metropolitana para la Educación y el trabajo, Buenos Aires, 2014.
--  Deleuze, Gilles, El misterio de Ariadna, Magazine Littéraire, N°298, Francia, 1992.

--  Nietzsche, Friedrich, Ditirambos Dionisiacos, editorial Los libros de Orfeo, Buenos Aires, 1994.