Avance de la investigación: Estrategias de Densificación-habitat para la Inclusión - Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU/UBA).
- Autor del texto específico: Mg.Arq.Leandro Tomás Costa.
- Equipo de Investigación: Mg.Arq.Leandro Tomás Costa; Arqta.Natalia Rapisarda; Arq.Alejandro Camp;
Arqta.
Cecilia Segal.
INTRODUCCIÓN:
“En
la producción social de la vida, los hombres entran en determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que
corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la
estructura económica de la sociedad, la base real (infraestructura) sobre la
cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social.” [1]
Si entendemos por infraestructura metropolitana, una
multi-red tecnológica-material compleja que posibilita una social,
interviniendo el territorio, es de vital importancia su re-propuesta, en un
momento como el actual, donde las derivaciones respecto de las transformaciones
técnicas y políticas se redefinen, paradójicamente, como conservación de unas
relaciones de poder que impiden las transformaciones solidarias que las
poblaciones urbanas necesitan.
Unas nuevas redes para el desarrollo, deberían partir en
simultáneo, de unas materiales que les brinden los grados de libertad
necesarios para la promulgación, en colectivo, de unas condiciones técnicas
nuevas.
Los múltiples estratos de cultura material moderna y
metropolitana, cuyas premisas devienen dominación técnica de la naturaleza y
del sujeto, fueron y siguen siendo, paradójicamente, una posibilidad de
liberación y, simultáneamente, un obstáculo –en sus modos actuales- para el
planteo de alternativas de investigación y proyecto en arquitectura, que
propicien la conformación de los ámbitos concretos -o imaginarios-, capaces de
favorecer las acciones sociales, liberadoras, re-significativas y múltiples, de
los sujetos habitantes.
Las infraestructuras ingenieriles y las estructuraciones
arquitectónicas subordinadas actuales no facilitan, en su sobre-determinación,
el despliegue de acciones y organizaciones liberadoras, por fuera de la lógica
mercantil, como actividades productivas conscientes, para la creciente
población metropolitana y su entorno físico. Estas poblaciones, sin embargo,
necesitan readaptarse continuamente a sus propias mutaciones en los hábitos.
Nuevos fenómenos del habitar urbano, y sumándose, transformaciones
irreversibles del medioambiente, para unas metrópolis en crisis.
La siguiente investigación propone explorar las
condiciones para el desarrollo técnico de una arquitectura infraestructural que
propicie la producción social del hábitat metropolitano, con densidades
programáticas múltiples, capaz de transformarse en relación a los cambios en los
modos de habitar contemporáneos de los distintos actores sociales y, además,
ser potencialmente apta para relacionarse simbióticamente con entornos
arquitectónicos y urbanos deficitarios, degradados o a ser transformados.
Por último, esta propuesta requerirá no solo del planteo de las premisas para una
re-educación de los estamentos técnicos correspondientes, para lo cual deberán
replantearse las estrategias pedagógicas formadoras de los próximos equipos
docentes, sino que dichos futuros equipos necesitaran de redes
multidisciplinares-educativas que incorporen a las poblaciones en el debate y
las decisiones sobre los procedimientos infraestructurales -y
superestructurales- conformadores de la arquitectura y la metrópolis por venir.
TÉCNICA MODERNA, INGENIERÍA Y ARQUITECTURA:
Según el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el hombre
construye socialmente, mediante antropotécnicas, lo que llama esferas, es decir
hábitats de mediación inmunológicos. Estos hábitats no son solo
materializaciones sino también discursos, normas y construcciones simbólicas
del mundo a través de todas las épocas, sin los cuales el hombre no podría
haber sobrevivido a las contingencias de la naturaleza, tanto externa, como
interna. El nacimiento de la Arquitectura se corresponde con instancias
avanzadas de las antropotécnicas iniciales, practicadas por tribus y
civilizaciones antiguas.
En la modernidad, y con más énfasis en el momento
histórico correspondiente a la primera y segunda revolución industrial, las antropotécnicas
primigenias devienen lo que Foucault llama Biopolíticas o conjunto relacional
de tecnologías para el gobierno de las poblaciones, en tanto gran escala de la
agrupación humana, con el objeto de posibilitar la economía
mercantilista-capitalista. Las biopolíticas son tecnologías tanto materiales,
como discursivas, normativas, educativas, etc…, que se disponen para gobernar,
tanto el cuerpo, como la psiquis del sujeto poblacional. La arquitectura se
encontraría, hipotéticamente, dentro de esta Biopolítica, como una de las tecnologías
específicas para el desarrollo del cobijo protésico, inmunológico, y
posibilitante, de la cultura sofisticada de las poblaciones.
“Este
año querría comenzar el estudio de algo que hace un tiempo llame, un poco en el
aire, Biopoder, es decir, una serie de fenómenos que me parece bastante
importante, a saber: el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello
que, en la especie humana, constituye
sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una
estrategia política (agregamos: también urbanas y arquitectónicas), una
estrategia general de poder; en otras palabras, como, a partir del siglo XVII,
la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta un hecho
biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana.” [2]
En la segunda mitad europea del siglo XIX, la técnica
arcaica de la arquitectura, se recluye, por un lado, en los palacios y los estilos
neoclásicos; por otro lado hay quienes intentan mimetizarla teórica y
empíricamente con las nuevas tecnologías y disciplinas técnicas para el control material sobre el espacio
habitable: La Ingeniería, y su complemento estratégico: el urbanismo. Estas
disciplinas, en términos foucaultianos, se constituyeron como verdaderos dispositivos
tecnológicos biopolíticos, organizando las condicionantes técnicas, materiales
y espaciales de las actividades e itinerarios del hábitat urbano moderno.
Ahora bien, ¿cuál es el sentido de controlar a las poblaciones
con biopolíticas de la educación, de la economía, de la policía, de la edilicia
y el urbanismo? Antes Heidegger y luego el
economista Jeremy Rifkin nos dan la clave: la explotación de las energías “ocultas”
en la tierra. Desde la segunda revolución industrial, estas energías ocultas,
fundamentales para la economía moderna, se corresponden con las explotaciones
carboníferas, especialmente las del petróleo.
Efectivamente, explotar la tierra para extraer su energía
implica para Rifkin, el empleo de ingenierías centralizadas de gran porte. Para
la puesta en práctica de estas ingenierías es necesario el movimiento de
enormes recursos materiales y económicos, nacionales e internacionales,
estatales y privados. Además, es necesario el empleo de grandes grupos humanos
en sitios específicos, tanto para la producción directa e indirecta de estas
energías, como para el consumo y transformación industrial de las energías en
tanto mercancías de intercambio. Una economía de producción y consumo mediante
grandes obras de ingeniería centralizada que debían y deben ser mantenidas por
unos actores sociales en estabilidad política. Tal el objetivo de la educación cívica
y militar moderna. Sin importar si se trata de la versión capitalista o la
socialista moderna, ambas visiones tienen en la técnica moderna que extrae
energía de la tierra, su fin y sentido. Ambos sistemas políticos necesitaran de
masas poblacionales urbanizadas, que respondan al modelo centralista-monopólico
de producción industrial y transformación de la energía.
“Los
combustibles fósiles (el carbón, el petróleo
y el gas natural) son energías de naturaleza elitista por la sencilla
razón de que solo se encuentran en localizaciones selectas. Requieren una importante
inversión militar para procurarse acceso a las mismas y una gestión geopolítica
continuada para garantizar su disponibilidad. También precisan de unos esquemas
de control y mando centralizado, vertical y unidireccional descendentes, así
como de unas concentraciones masivas de capital para su traslado desde el
subsuelo hasta el consumidor final. Para el rendimiento eficaz del conjunto del
sistema resulta crucial, pues, una amplia capacidad de concentración de capital
(la esencia misma del capitalismo moderno). Esa infraestructura energética
centralizada fija, a su vez, las condiciones para el resto de la economía y
potencia modelos de negocio similares en todos los demás sectores.” [3]
Es probable que la explotación centralizada de la energía
carbónica, con sus enormes costos de inversión y largos procesos temporales de
planificación y gestión, haya requerido del desarrollo teleológico
sobredeterminado de los programas arquitectónicos habitacionales, origen del
funcionalismo arquitectónico-habitacional racionalista, como tecnologías del hábitat para el control
y estabilización política de la población.
Las configuraciones normativas de las viviendas –según determinadas biopolíticas,
debían reproducirse indefinidamente según los postulados políticos de los
sectores sociales dominantes, para garantizar una continuidad espacio-temporal
productiva, con el ideario burgués (del obrero sirviendo al burgues mas bien) industrial
como modelo subyacente. Las transformaciones en los programas arquitectónicos
habitacionales debían estar reguladas a su vez, por el mercado y un
cientificismo ingenieril sanitarista.
El establecimiento indefinido del carácter burgués en la
vivienda moderna, es constatable incluso, en las experiencias
socio-ingenieriles de vivienda comunista, de la Unión Soviética, como por
ejemplo la correspondiente al edificio de viviendas como contenedor social ”Narkomfin”.
Luego de estos ensayos experimentales concretos, pero aislados, el gobierno soviético
decide el retorno a las formas y modelos arquitectónicos del habitar en cuanto
dicho ideal burgués, reservando la colectivización, para el uso compartido de
algunos servicios técnicos de los edificios. Una revolución política sin un
correlato urbano y arquitectónico revolucionario generalizado.
La técnica ingenieril fue la herramienta potenciadora de
la transformación y densificación de la ciudad moderna. El carácter político de
dichas ingenierías fue centralizador y coincidente con el desarrollo del Estado
Moderno. La ingeniería se estableció, desde sus inicios, como disciplina
racionalista-estratégica capaz de condicionar a la arquitectura como tributaria
de una economía y tecnociencia mundializada, a través del cálculo y proyecto de
las nuevas redes ingenieriles infraestructurales de servicios urbanos. En este
sentido, la ingeniería sustrajo influencia política a la arquitectura como
técnica configuradora y transformadora de la materia urbana. La otra disciplina
técnica que resto influencia política a la arquitectura fue el urbanismo, que
sitúa a los programas arquitectónicos en función de los desarrollos
territorializados de la ingeniería infraestructural como instrumento para el
desarrollo del capital, en cuanto renta industrial, inmobiliaria y financiera.
La ciudad moderna latinoamericana acompaño
programáticamente al poder emergente de la ingeniería. En Buenos Aires, por
ejemplo, la ingeniería centralista de la naciente red sanitaria-pluvial de
escala metropolitana emplaza a las cuencas naturales de los ríos, con el fin de
extender el parcelado y maximizar la renta del suelo y el servo-negocio del
ferrocarril. Las redes centralizadas posibilitadas por las infraestructuras
ingenieriles de servicio acompañan esta parcelación de lo acuífero originario.
Actualmente el cambio climático producto del despliegue real de la técnica
moderna a escala planetaria, la falta de capital económico y político para la ampliación
de la red ingenieril, sumado a la extensión creciente de la estructura urbana
de la Región Metropolitana de Buenos Aires deviene inundación.
La arquitectura, respecto del reparto de tareas en la
economía moderna, se establece entonces según dos utilidades: Primero: Sitúa serialmente,
en células estables y móviles, al sujeto como población urbana, posibilitando
las densidades necesarias para una determinada territorialización técnica.
Segunda: establece las correlatividades mediadas para las formas de habitar
como producto del poder tecnificado y como consumo, o sea destino y comienzo
del ciclo productivo (vale también para los intervalos de escasez improductiva
relativa).
La
serialización del espacio habitativo moderno como estrategia de homogeneización
del ámbito social, del sujeto universal, tiene obviamente en Marx, uno de sus
primeros críticos cuando advierte, en su célebre: El dieciocho brumario de Luis
Bonaparte del año 1852, que la pequeña célula-parcela agraria, extendida
previamente y durante la Francia napoleónica no podía transladarse como modelo
de organización del espacio posibilitador de la revolución.
“La propiedad parcelaria […] ha
transformado en trogloditas a la masa de la nación francesa. Dieciseis millones
de campesinos (incluidos mujeres y niños) habitan en cuevas (cada parcela), una
gran parte de las cuales solo tiene una abertura, la otra solo dos, y la
privilegiada solo tres aberturas. Las ventanas son en una casa lo que son los
cinco sentidas para la cabeza. (Cita de K.Marx)” [4]
Una
hipótesis por demás interesante para la historia de la arquitectura y el
urbanismo: una determinada organización del ámbito territorial como límite para
la real toma de conciencia de clase. Topológicamente, Sloterdijk extiende dicha
hipótesis y conjetura que la ciudad moderna, efectivamente transposiciona la micro-célula-parcela como modelo a ser
dispuesto en distintas situaciones, según modelos de ciudad satélite-jardín,
y en altura en pos de una densificación
gradual de ciudades ya existentes y nuevas. Agrupaciones socio-celulares
incomunicadas.
Los postulados estratégicos de densificación en la ciudad
moderna se basan en la multiplicación seriada, celular y yuxtapuesta de
hábitats, como entidades espaciales, consumidores de las energías carbónicas.
La vivienda moderna en su estanquidad se desarrolla historicamente según
analogías maquínicas de la movilidad y velocidad, los modelos tipológicos
inaugurales eran el automóvil y el transatlántico; también el avión. Todos
metamodelos consumidores de petróleo refinado. En correspondencia con las
formas de producción de estos modelos, la vivienda debía configurarse
técnicamente para la producción en serie. La concepción moderna según la cual
las ciudades debían ser resultado de la relación complementaria de una
multiplicidad de células habitativas de carácter inmunológico capaces de
constituir entidades multiescalares alimentadas por flujos de servicios, acerco
el discurso maquinista al biologicista de carácter sintético-artificial.
“Para acercarse al fenómeno apartamento hay
que percibir su estrecha conexión con el principio de la serie, sin el que no
puede pensarse el tránsito de construir (y del producir) a la era de la
fabricación y la prefabricación masivas. Así como, según El Lissitsky, el
constructivismo representaba el punto de transbordo de la pintura a la
arquitectura, asi el serialismo, el punto de trasbordo entre elementarismo y utopismo
social.” [5]
De la estrategia discursiva a la empírea, la mediación
técnica y exploratoria se concentraría en el potencial de la estrategia
biologicista de la célula unitaria de vivienda moderna, como solución para la
creciente densificación de las ciudades. La estrategia contemplaba la ventaja
pragmática del control del valor de cambio de cada unidad y del valor de uso
relativo, en función de una modalidad de agrupación familiar básica (la familia
nuclear obrera). En definitiva, para la óptica del poder, la vivienda como
célula tenía varias ventajas. Mientras el sistema económico productivo se
mantuviese estable, la vivienda celular de fabricación seriada, simplificaba estratégica
y tácticamente, todas las operatorias de análisis, cálculo y construcción. Las
normativas acompañarían este proceso de racionalización, síntesis y
simplificación. Una elementarización de la producción seriada de la vivienda
con el objetivo de densificar las ciudades para el alojamiento de las masas.
La visión de la industrialización del hábitat para las
masas que, con los amasadores del caso como destinatarios de la plusvalía
correspondiente, dominó el imaginario de desarrollo del mundo durante el siglo
XX, se vería drásticamente interrogada recién con la primera crisis del petróleo
del año 1973, crisis que tuvo su origen en dos fenómenos: primero el desgaste
de la capacidad de autoabastecimiento de petróleo por parte de Estados Unidos y
occidente en general, y por el otro, la necesidad de occidente en general, de importar
petróleo de medio oriente.
Si hacemos un repaso de los manuales de historia de la
arquitectura moderna veremos que previamente a la crisis, los modelos de
densificación, por ejemplo del Japón, respondían a configuraciones
arquitectónicas megaestructurales de hiperdensidad conectadas a
infraestructuras centralizadas de provisión energética y de servicios.
Curiosamente, la crisis del petróleo (´73) casi coincide con la demolición del
conjunto edilicio habitacional moderno de Pruitt-Igoe en el centro de la ciudad
de Saint Louis del 15 de julio de 1972. El historiador Jenks sitúa en esta
fecha el final de la arquitectura moderna como paradigma y la hora cero del
posmodernismo. EL conjunto carecía de calidad arquitectónica, era, en términos
de Sloterdijk, un ejemplo de modernismo vulgar, carente de urbanidad en su
desconexión contextual, y dependiente del automóvil.
Sloterdijk nos recuerda la necesidad de mantener una
ilusión, un ficción de autonomía, de integración simultánea con el afuera,
dentro de los límites de la unidad habitativa individual, en función de una
necesaria inmunidad dentro del “apartamento”, la mayoría de las veces afectada
por deficientes aislaciones ambientales, pero con mediaciones programáticas
según ámbitos comunitarios como reguladores de comunicaciones muchas veces
forzadas, hacia dentro y fuera de la comunidad habitacional especifica.
“…
Le Corbusier proporcionó ex negativo la fórmula, cuando hizo notar que lo que
importa en una edificación es la ventilación psíquica. Una unidad de vivienda
arquitectónicamente lograda no solo representa un trozo de aire cercado, sino
más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según
convenga, el grado de su impermeabilización hacia afuera. “Ventilación
psíquica” implica que en las unidades inmunes aisladas se infiltra un hálito de
animaciones comunitarias.” [6]
El automóvil, en la ciudad contemporánea, es un
dispositivo de conexión y comunicación, pero también de distanciamiento social
fundamental. Es la micro-parcela nómade por excelencia, que permite tanto “la
escapada” de la ciudad densa, como el “me voy a la oficina”, desde el barrio
cerrado o country, al centro de la ciudad. El automóvil es el complemento
parcelario de la vivienda celular. El transporte público participa de esta
dinámica socioeconómica del hábitat y se podría decir que le cabe el mismo
objetivo de dispositivo de conexión y distanciamiento. Por supuesto que el
carácter de ser público lo acerca al imaginario de lo colectivo-masivo, pero
los micro-dispositivos de individualización actuales (teléfonos celulares
multimedia, micro-computadoras nomádicas, etc...), sitúan y reconforman la
parcela de completamiento de la vivienda y la soledad relativa de cada
habitante circunstancial del transporte público. En fin, una crisis, que nos
encuentra distraídos ante el espectáculo debido al ocaso del paradigma
energético y social, de la segunda revolución industrial.
INFRAESTRUCTURAS ARQUITECTONICAS DISTRIBUIDAS Y UN
ANTESCEDENTE LOCAL:
Las infraestructuras, como bien explicaba Yona Friedman
hace 50 años atrás, son redes y no solo estructuras. Las estructuras forman
parte de lo infraestructural, como aquello material posibilitante del
despliegue de las múltiples redes técnicas y sociales. También las calles y
otros formatos viarios son parte de lo infraestructural así entendido. Un
ejemplo concreto de infraestructura es la manzana urbana de Buenos Aires con
sus variantes según código. En cuanto infraestructuras posibilitantes, son
módulos urbanos genéricos de una gran flexibilidad programática arquitectónica.
La técnica en su modo del proyecto para el hábitat urbano
y arquitectónico, se corresponde, desde
un punto de vista teórico operativo, con unas estrategias y unas tácticas de
mediación -correspondientes a un determinado momento histórico-, entre las
cualidades y capacidades naturales inherentes al ser humano y lo natural
externo, siendo esto último resultado de la alteración previa por instancias
técnicas precedentes.
La estrategia es lo propiamente técnico, es la
generalidad argumentativa y política que despliega el poder de las tecnologías
específicas en el territorio y su espacio. Como discurso, la técnica
Arquitectura, desarrolla tácticas de distanciamiento, acercamiento e interacción
entre el sujeto como habitante, lo natural en él, y lo natural exterior. Las
tecnologías arquitectónicas específicas son las tácticas, esto es, las
adecuaciones particulares de la técnica según cada caso.
En este sentido Jeremy Rifkin propone estratégicamente definir
una nueva economía técnica, que denomina Tercera Revolución Industrial, en
reemplazo de la actual según el despliegue planetario de tecnologías de
producción e intercambio de la energía como posibles redes colaborativas. Si
cada hogar urbano tuviese, por ejemplo, una instalación para la producción de
energía solar vinculada a una red informatizada capaz de almacenar,
redistribuir e intercambiar los posibles excedentes energéticos, la dependencia
actual de las energías carbónicas se vería indudablemente atenuada y, con la
evolución exponencial de las tecnologías intervinientes, en el devenir,
prácticamente reemplazada. En concreto: energías renovables (solar, eólicas,
hidrógeno, etc.) + internet (con las adecuaciones tecnológicas necesarias para la
canalización de energía).
La propuesta de Rifkin, en su traducción arquitectónica
supondría la incorporación del carácter infraestructural necesario para
propiciar los ámbitos necesarioas para las tecnologías de la tercera revolución
industrial. A nivel estratégico, la arquitectura recuperaría su influencia
política respecto de los planteos de desarrollo posibilitados por la densificación
habitacional con nuevas configuraciones habitativas y con programas
infraestructurales incluidos, hoy proyectados exclusivamente por la
planificación urbana y la ingeniería. En todo caso la relación entre ingeniería
y arquitectura podría ser más fuerte aún, si la infraestructura tuviese ciertas
cualidades arquitectónicas. Le Corbusier predijo esta unión en su libro Precisiones
sobre su extensa tarea de propaganda sudamericana.
“Un
dibujo dedicado a los “constructores” termina la presente introducción. Nueva
etapa que pone desde ahora, en contacto permanente, fraternal, igual, a las dos
vocaciones, cuyo destino es equiparla civilización maquinista y llevarla hacia
un esplendor completamente nuevo. Estas dos vocaciones son: la del ingeniero
y las del arquitecto. Una de ellas ya
estaba en marcha, la otra, estaba adormecida. Eran rivales. La tarea de los
“constructores” se conjuga una con la otra desde la empalizada, la fábrica, el despacho,
la vivienda, el palacio, hasta la catedral, hasta todo. El símbolo de esta
asociación aparece en la parte inferior del dibujo: son dos manos cuyos dedos
se entrelazan, dos manos puestas en horizontal, dos manos al mismo nivel.” [7]
Le Corbusier fue quizás el primero en pensar una arquitectura
infraestructural para densificar Buenos Aires, con su propuesta de la Ciudad de
los negocios, la cual se disponía como extensión del centro y continuación de
la barranca sobre el rio. Una megaestructura de hormigón armado, sobrevuela el
nivel máximo de crecida del rio. Las infraestructuras técnicas de servicios
sanitarios metropolitanos se dispondría arquitectónicamente en altura y flotando
sobre el Río de la Plata.
“El
suelo de la Pampa y el de la ciudad no están en el mismo nivel del rio; cae
casi a pico por lo que ustedes llaman “La Barranca”, declive muy pronunciado,
tan pronunciado que la ciudad primitiva se quedó detrás. Así, con nuestro
hormigón armado, vamos a llevar, a nivel, el suelo de la ciudad, por encima del
rio, hacia delante, sobre unos pilotes que tomaran sus cimientos en la arcilla
compacta del fondo del estuario, suelo excelente para levantar rascacielos.
Este fondo no está a más de ocho a doce metros, aproximadamente, por debajo del
nivel del agua.” [8]
Como corresponde a un estratega, el discurso de Le
Corbusier, se fundamenta según el
objetivo geopolítico macro final de la propuesta. La ciudad de Buenos Aires era,
en ese entonces, la más avanzada de sudamérica y Le Corbusier la imaginaba como
contracara mimética de New York. Una futura metrópolis moderna, densamente
poblada que tuviese un nuevo centro con múltiples programas de habitación y
negocios, capaz de competir en escala, superando en adelantos arquitectónicos e
ingenieriles, a la ciudad de New York. Su retórica, apela al celo de las elites
cosmopolitas de Buenos Aires respecto del poder de sus análogas
norteamericanas. New York es el ejemplo concreto del maridaje múltiple entre:
Biopolíticas de densificación habitacional, nueva ingeniería infraestructural
metropolitana y nueva arquitectura de gran escala.
El planteo de la Ciudad de los Negocios hace
lugar a las infraestructuras de transporte y viales de gran escala,
subsumiéndolas a un nuevo paisaje arquitectónico monumental a ser construido
casi instantáneamente. No formula ninguna posible organización de
etapabilidades de gestión económico-productiva de la propuesta, solo plantea
objetivos políticos a ser materializados por un hipotético poder económico
transformador.
“Abro
los callejones sin salida, trazo al pie de La
Barranca una red de vías para mercancías y viajeros, una red que pasa,
uniendo el norte al sur y el sudoeste al nordeste. Todo esto bajo el nuevo
suelo de la ciudad, en cemento armado que se encuentra a doce o dieciocho
metros encima. Ya no hay estación, sino vías de paso; no hay que tener
estaciones en callejones sin salida en las ciudades: los trenes pasan, pero no
se forman allí.” [9]
Respecto de la población urbana, Le Corbusier
era un convencido de la necesidad de densificar la ciudad de Buenos Aires, para
transformarla realmente en una metrópolis de peso internacional. La economía
moderna, la economía de la maquina es la economía de las masas. Esas
poblaciones eran masas en las manos del arquitecto moderno, eran masas a ser
distribuidas ordenadamente en la ciudad de la arquitectura por venir. El
porvenir de las masas era la ciudad moderna.
“Planto
los rascacielos de la ciudad de negocios en alineamientos majestuosos sobre la
plataforma de cemento armado. Cubren el 5% de la superficie. El 95% está
reservado para la circulación y para el
aparcamiento de coches. Toda la ciudad, hasta ahora enclaustrada dentro de sus
calles opresivas, se abre sobre el mar, a plena luz, en plena libertad, en
pleno goce. Desde el borde de la plataforma, se verá la llegada de los barcos y
de los aviones. En este lugar, conquistado con poco gasto al rio, pongo 3.200
habitantes por hectárea y no solamente los 400 que arrojan vuestras
estadísticas para los barrios del centro. ¡Qué valorización! ¡Qué negocio!
¡Cuántos millares de millones creados por el milagro de las técnicas modernas!”
[10]
El planteo arquitectónico infraestructural de Le
Corbusier responde a una era de cambio técnico extremo, aun en expansión, la
correspondiente a la segunda revolución industrial. En tal sentido, La Ciudad
de los Negocios fue proyectada como terminal de consumo centralizado de energía.
Podemos insistir y englobar en dicha producción al tratamiento y distribución
del agua potable, la logística radiotelefónica y de transporte en general, etc…
Tal caracterización de las arquitecturas como terminales de consumo energético,
y las sobredeterminaciones en las configuraciones habitativas de los planteos
modernos y contemporáneos en general, son los que están en crisis.
Es común la analogía entre infraestructura y red. La
arquitectura podría utilizar esta analogía para salir del atolladero conceptual
y concreto en el que se encuentra luego de la caída del paradigma moderno hace
50 años. La correspondencia entre redes técnicas y sociales es hoy clara. Una
arquitectura infraestructural que opere genealógicamente, abarcando las
informaciones epocales previas tendría la ventaja que no tuvieron planteos
similares en el pasado reciente.
La arquitectura infraestructural, en cuanto estrategia
general, propone, además de una apropiación, por parte de la población, del
ámbito aéreo y terrestre de las metrópolis, la posibilidad distribuir la
técnica como un valor social concreto y operativo, para la vida en las
metrópolis, a lo que contribuirá muy prontamente el avance de las tecnologías
informáticas de la organización espacial correspondientes.
Ahora, la estrategia en cuanto concepción general,
deviene normativa emergente. En cuanto normativa pasaría a formar parte de la
biopolítica denunciada por Foucault, constituyendo entonces un segundo
problema, pero el carácter propuesto de una arquitectura infraestructural en
red posibilitaría el planteo de eso que Foucault denominó Heterotopías, o sea,
ámbitos “otros” susceptibles de dar lugar al surgimiento de nuevas formas de
sociabilidad y nuevas economías, con las adecuaciones ambientales del cada
caso.
“¡y
bien! Yo sueño con una ciencia –bien digo, una ciencia-que tendría por objeto
esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y
reales del espacio dnde vivimos. Esta ciencia estudiaría no las utopías, puesto
que hay que reservar ese nombre a lo que no tiene lugar, sino las heterotopías,
lo espacios absolutamente diferentes; y por fuerza la ciencia en cuestión se
llamaría, se llamará, se llama ya, “la heterotopología”. [11]
INFRAESTRUCTURAS
ARQUITECTÓNICAS OPERABLES:
Las
tecnologías normativas que forman para Foucault la técnica Biopolítica de
gobierno de las poblaciones se perfeccionan hacia la segunda mitad del siglo
XIX para optimizar la comunicación del estamento de poder político con dicha
población, vía sistemas político-jurídicos, educativos y propagandísticos. A su
vez, desde la primera revolución industrial y con mayor intensidad en la
segunda, las crecientes poblaciones urbanas de Europa comenzaron a ejercer
presión popular sobre los gobiernos, en la búsqueda de mejores situaciones de
existencia urbanas. Estas presiones, traducidas en nuevos programas políticos,
eran absorbidas, en parte, por dichas biopolíticas y en parte anuladas por esta.
En ambos casos la táctica era represiva del sujeto, mediante tecnologías de la
individualización normalizadas.
En
las tácticas de individualización de los sistemas políticos burgueses, Marx creía
ver una de las características fundamentales del proceso de conformación del
capital moderno. Veía también, en la unión estratégica entre industria moderna
con sus formas de trabajo y la ciudad de masas, un posible caldo de cultivo revolucionario
de las poblaciones urbanas obreras, para lo cual ese remanente imaginario del
parcelario agrario antes nombrado, debía suprimirse en favor de una
construcción colectiva del ambiente obrero correspondiente a la era industrial.
Para
Foucault, contra esa individualidad represiva e impuesta por las normativas del
poder biopolitico del control sobre la naturaleza y el hombre, solo queda, como
salida, una estética anti-alienante, poiética y consciente del yo. Creía en el
ejercicio crítico de des-ocultar las tecnologías institucionales del poder y la
capacidad proyectiva de los hombres para establecerse en el mundo transformando
las normas desde la voluntad creadora de cada individuo.
Asumiendo
las transformaciones emergentes del planeta y sus sociedades humanas, por parte
de una técnica y una economía devastadoras, constituidas como discursos en pos
del establecimiento del sujeto universal cosificado. Foucault propone un sujeto
creativo capaz de practicar la libertad, de auto-ejercerla y no solo de
pedirla, como un reclamo al poder. Sloterdijk, propone en este mismo sentido,
un sujeto operable que sea capaz de proyectar cambios políticos, filosóficos,
pero también psicofísicos, con el fin primero de adaptarse a los cambios del
entorno bioclimático producidos por el poder, con la tecno-ciencia moderna como
instrumento, y en segundo lugar, desde una gimnasia meditativo-filosófica y operativa,
capaz de poder transformar las normas.
Dados
los avances biotecnológicos y bioingenieriles, el planteo según un hombre
operable capaz de automodificar las características y cualidades actuales del
ser humano se vuelven cada día más riesgosamente concretas.
Ahora bien, si la arquitectura, como técnica
históricamente ligada al papel de mediación con la naturaleza, pudiese ser
operable en un grado más amplio, si pudiese transformarse y reprogramarse en
función de los cambios intersubjetivos y sociales, no seria, hipotéticamente,
necesario el desarrollo concreto de tal hombre operable en lo referente a las intrusiones
médico-biológicas, en todo caso dicha cualidad de ser operable se podría
restringir a lo critico-reflexivo. Un operar los dispositivos del poder que nos
sujetan desde el pensamiento y el proyecto de nuestro medioambiente
arquitectónico y urbano, por ejemplo.
Para lograr proyectar una técnica arquitectónica
infraestructural capaz de preparar las condiciones ambientales y sociales para
la densificación del entorno habitacional relativa a una probable
superpoblación metropolitana con carencias materiales, económicas y culturales,
debemos situarnos en el lugar que nos corresponde como investigadores
provenientes de un contexto social determinado. Cualquier intento de
interpretación de supuestas naturalezas originarias del hábitat a ser
conservadas, nos llevaran presumiblemente al fracaso.
Esto implica que el investigador de arquitectura, no deja
de formar parte de una sociedad determinada en relación a un adiestramiento
educativo de clase. Cualquier autorreflexión con vistas a preparar el terreno,
para el trabajo de investigación por realizarse, deberá iniciarse con estas
reflexiónes.
Aunque podamos tener mayores certezas sobre
las actividades del habitar propias de un determinado grupo humano, es poco
probable que dichas certezas se puedan transposicionar temporalmente a tiempos futuros,
más cercanos y más lejanos. Los mismos cambios y revoluciones tecnológicas
devienen cambios sociales. Las estrategias de la identidad aplicadas a los
proyectos son necesarias pero en la práctica suelen resultar ingenuas y poco
efectivas si parten de simplificaciones pseudo-antropológicas y miméticas.
“…identidad
personal, identidad profesional, identidad femenina, identidad masculina,
identidad política, identidad de clases, identidad de partido, etc. La
enumeración de estas exigencias esenciales de identidad sobraría en el fondo
para ilustrar el carácter plural y móvil de aquello que se llama identidad.
Pero no se hablaría de identidad si en el fondo no se tratase de una forma fija
del yo.” [12]
En este sentido, es todavía más urgente el desarrollo de
una nueva concepción técnica de la arquitectura, capaz de reconfigurar las
tecnologías en relación a diferentes situaciones sociales existentes. Si las
codificaciones de planificación urbana y las correspondientes a la edilicia, de
las metrópolis modernas tuvieron y tienen como objetivo fundamental la
regulación, según el mercado, de la distribución de la población y los
programas de usos, en el territorio metropolitano. Las tecnologías constructivas
e ingenieriles son las posibilitadoras de dichas instancias de regulación, por
ejemplo, no se pueden concebir las codificaciones antes nombradas para la Buenos
Aires moderna del emergente siglo XX, sin prestar atención a la correspondencia
regulatoria, entre dichas normativas y la nueva tecnología constructiva del
hormigón armado llegada de Europa, como generadora de tipologías
arquitectónicas innovadoras y potencialmente transformadoras de las genéricas
manzanas porteñas, ampliadas en su proyección espacial. Podríamos decir que las
transformaciones e innovaciones tecnológicas modifican las identidades de la
ciudad.
El hormigón armado en su
disposición específica según códigos, genera plusvalía sobre el
territorio, la produccion y el consumo; paradójicamente mediante restricciones
a las posibilidades conformativas y configurativas del hormigón armado como
tecnología ingenieril y arquitectónica específica, es decir que, en cuanto
potencialidad programática de cualificación ambiental de la ciudad, se da un
fenómeno negativo e inverso de depreciación de su valor técnico o tecnológico,
en su potencialidad arquitectónica.
Todo desarrollo experimental urbano-arquitectónico
futuro, debe partir de un supuesto según el cual, la tecnología arquitectónica,
como condición de posibilidad, está sujeta por un discurso económico y técnico
macro, por lo tanto un desarrollo infraestructural aplicado a la arquitectura
no necesariamente significa un cambio tecnológico revolucionario, sino uno
técnico revolucionario con las tecnologías actuales liberadas, teniendo, en
todo caso como hipótesis adjunta, que el desarrollo de nuevas tecnologías,
materialidades y ambientales, en el marco de una nueva concepción técnica, será
inevitable.
BIBLIOGRAFÍA:
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Madrid. Ed. Nacional. 2002
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- Pag.:12. Le Corbusier. ”Precisiones”
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- Pág.: 230. Le Corbusier. ”Precisiones”
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- Pág.: 21. Foucault, Michel. ”El cuerpo
utópico. Las heterotopías” , Buenos Aires. Ed. Nueva Visión. 2010.
[12]
- Pág.:101. Sloterdijk, Peter. ”Crítica de la Razón Cínica. Tomos I y II” , Madrid. Ed. Nacional.
2002.
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