martes, 17 de agosto de 2021

INFRAMUNDO. MÚSICA. ARQUITECTURA

Karl Friedrich Schinkel - escenario de la flauta mágica de Mozart


En el contexto de una interioridad total, interioridad debida a las contingencias tecnológicas, ambientales, sanitarias, económicas y políticas, nos vemos interpelados por dicho hábitat que excluye toda distancia, se nos impregna y nos obliga a una construcción siempre parcial, siempre inconclusa de unas arquitecturas que, como en los inframundos renacentistas, incorpora capa sobre capa, como el contrario espejado del vientre materno. En el vientre, solo los sonidos nos llegan. La Música es nuestro primer contacto con una exterioridad pre significativa y estética. La música es nuestra primera arquitectura.

Relacionar una tríada conceptual de las características que se enuncian en el título, es siempre un ejercicio complicado y difícil. Es una experiencia; precisamente, la experiencia es el problema, dado que se trata, tanto el inframundo, como la música, como la arquitectura de unos ámbitos que se practican desde y en su interioridad, en intimidad, mientras que la experiencia es una prueba que nos exige el salir de nosotros mismos hacia la cosa exterior. La experiencia es un arriesgarse hacia la cosa, es la constatación de una distancia, pero, contrariamente, también es un acercarse.

Del inframundo podemos decir que se trata de lo que se dispone por debajo del mundo, siendo que el mundo es, para Vitrubio, un concepto que abarca todas las cosas de la naturaleza y también el cielo conformando por las estrellas[1], es decir que aquello que está por debajo del mundo no es naturaleza, no es exterioridad hasta el cielo, sino una interioridad con otro tipo de objetos, otra habitabilidad, es lo inmundus, lo inmundo es lo interior al mundo. Extrañamente, aquello que es interior al mundo, que podría ser su fundamento y soporte, es lo contrario de lo natural ¿podría ser, en un sentido dialéctico, lo artificial? ¿Podría tratarse de una interioridad poética y técnica? Por siglos, probablemente desde los grandes pensadores griegos, lo natural es lo verdadero y lo artificial, lo poético-mimético, el objeto de serias dudas respecto de su pertenencia a las categorías del verdadero saber.

La música es, como dijimos, registro de la interioridad desde el momento de la gestación. Los seres humanos en gestación escuchan, previo al trauma del nacer, la música más básica, que es la música de los latidos del corazón de la madre. También escuchan la voz de la madre, así como otras voces. Si dicha madre escucha alguna música en su hábitat más o menos circunstancial, entonces también escuchará música. La música será la construcción cultural más compleja que el ser humano en gestación pueda experimentar. Será, la música, el primer canon, la primera instrucción para la configuración del, ahora sí, mundo. La música será, el último contacto que le queda al ser humano ya nacido, con el ámbito primigenio del vientre materno.

La arquitectura, por su parte, es también como la prótesis de un vientre, una interioridad donde practicar la inmersión en las sustancias que la constituyen. La arquitectura se transita, al transitar se escuchan más o menos gravemente, los pasos de los habitantes. Los habitantes conversan y entonan sus canciones mientras construyen sus viviendas, sus calles y sus ciudades; todo por el recuerdo más o menos reprimido del hábitat primigenio; al hábitat verdaderamente primigenio. Así, el arte inverosímil y metafísico de la música se torna el más concreto de la arquitectura, su estuche. Una música, múltiples instrucciones estéticas y lógicas. Múltiples músicas, múltiples arquitecturas. Nuevas y viejas.


Autor: Mg.Arq.Leandro Tomás Costa. Texto redactado como introducción al curso de Investigación Proyectual de la UBA/FADU. 2do Cuatrimestre del año 2021.



[1] “Mundus est Omnia natura rerum conceptio suma, caeelumque sideribus conformatum”