Dejemos en claro que el Habitar no se inscribe ni pura ni
prioritariamente en el campo de la naturaleza sino en el de una cultura o la
socialidad. Habitamos, y solo habitamos los humanos, porque somos la única
especie que carece o ha renunciado a un hábitat natural, porque estamos
capacitados y obligados en todo momento a definir, es decir establecer
culturalmente, nuestras condiciones de habitar. (Doberti,
2008, p.166)
Esta investigación se inicia
aventurando la relevancia del proyecto en estos tiempos de transformaciones
catastróficas del hábitat y del establecimiento de la Tercera Revolución Industrial y la Cuarta Revolución Industrial, como Nuevo Régimen Técnico relativo a una sociedad cibernética que
habita infraestructuras para, finalmente, descubrir la importancia estratégica
de la arquitectura, al punto de pensar que, si bien podemos decir con Heidegger
que ‘Sólo un dios puede aún salvarnos’[1],
dicho dios, en tanto metáfora de una espacialidad que se despliega desde y más
allá de la Técnica Moderna, no se
presentará o ausentará verdaderamente, sin un ámbito arquitectónico construido
colectivamente
El objetivo de este escrito es
indagar en un sentido para la arquitectura dado el contexto de este Nuevo Régimen Técnico el cual, sostengo,
es una avanzada de una sociedad cibernética. En este sentido encuentro, en
dicha Sociedad Cibernética al problema, dado que la misma se desarrolla en
tanto control de humanos y no humanos, en la dirección de una Técnica Moderna (1997) cuya esencia
deriva en una destrucción del hábitat. Pero también encuentro, en apariencia
contradictoriamente, una cibernética capaz de vincularse mediante la
arquitectura en tanto construcción significativa, con la naturaleza.
Si Heidegger propone un nuevo pensar
desde el retorno, una meditación pasiva y reflexiva ante la cibernética como
avanzada, a su vez, de la Técnica Moderna,
Gilbert Simondon, la contraparte francesa, propone un accionar mediador y
creativo del ser humano ante y en la técnica. Lo que propongo entonces es
unificar la solución pasivo-reflexiva de Heidegger y la activa-propositiva de
Simondón, a través de la arquitectura, siendo que la misma puede sostener la
contradicción de ser originaria y avanzada al mismo tiempo dada su raíz en la
antigua técnica de la Tektónica, la construcción “a la mano” de los
constructores-carpinteros antiguos de la Grecia clásica (tektón), por un lado y
su extensión a través del proyecto que informa a dicha técnica. La
Tektónica, la técnica de la arquitectura
fue, originariamente, el saber hacer de la construcción para la casa del
hombre, pero también, y fundamentalmente, de los dioses, metáfora del diálogo
entre el ser humano y la naturaleza que Heidegger plantea, en ‘Construir, Habitar, Pensar’ (2002).
En cuanto a Simondon, siendo que
propone un lugar no alienante para el ser humano en la Era Industrial y de la
cibernética, mediando entre los seres técnicos con el fin de constituir una
sociedad equitativa entre humanos y Objetos
Técnicos, creo que no es posible dicha mediación sin una arquitectura que
lo permita. Para que el ser humano medie entre las máquinas y los sistemas
técnicos, debe poder, primero, salvar su humanidad, sus pulsiones, deseos e indeterminaciones,
y eso no es posible en un entorno que lo cosifique o lo transforme en una
entidad funcional. Entiendo que la frase de Heidegger ‘sólo un dios puede aún salvarnos’ se refiere a que, en dicha
pasividad de la espera, estaría la actividad de salvar, verdaderamente, al
ámbito primordial del habitar humano, a la cuaternidad primordial, de los
Mortales, los Divinos, el Cielo y la Tierra[2], es decir,
salvar al planeta. Dicha actividad, entonces, es un construir que salva
congregando a dicha cuaternidad. En tal sentido se trataría de un hábitat
integral, es decir una cosa (congregación) a modo de construcción (no es
natural, es técnica); es decir, una arquitectura.
En
resumen, si bien la investigación hace lugar a la solicitud por la acción en
Simondon, a Simondon le falta la consideración por un espacio humano, divino
(metáfora transcendental) y arquitectónico, como condición de posibilidad para
dicha acción, cuestión, la del espacio arquitectónico, que sí creo encontrar en
Heidegger, de ahí la idea de vincularlos a través de la idea de una
arquitectura que se instaure en, y sobre, la técnica. Simondón resuelve la situación existencial de
los seres humanos en una sociedad cibernético-infraestructural, pero Heidegger
resuelve el posicionamiento o principio (arje) pasivo-activo (esperar al dios
es también una acción) que debería tener el ser humano en un planeta en estado
catastrófico. Sin planeta y sin morada construida significativamente, en el
mismo curso de lo dicho, no hay espera que valga.
Una
sociedad cibernética.
[…] es el rizoma, o red infinita, donde cada punto puede
conectarse con todos los restantes puntos y la sucesión de las conexiones no
tiene término teórico, dado que no hay exterior o un interior: en otras
palabras, el rizoma puede extenderse al infinito.
(Santarcangeli, 1997)[3]
La
cibernética es una disciplina tecnocientífica. La cibernética es la disciplina
tecnocientífica final. Es devenir de la Técnica
Moderna. La cibernética es la tecno-ciencia de la información y los
sistemas neguentrópicos, es decir, de los sistemas de información que limitan
la tendencia a la entropía de las organizaciones técnicas. La cibernética
deviene comunicación y la comunicación deviene redes. La cibernética se
proyecta, actualmente, como infraestructuras de la Tercera y la Cuarta Revolución Industrial que vinculan tecnologías,
entidades y seres diversos del planeta. Por lo tanto, la cibernética es un modo
del asociar o, mejor dicho, un tipo potencial de sociedad. Pero ¿Qué tipo de
sociedad sería la cibernética?
La
denominación de esta tecno-ciencia, se la debemos al filósofo y matemático
Norbert Wiener, uno de sus primeros teóricos, sino el primero. Cibernética
proviene del griego Kibernetike, que es el arte o técnica de pilotar navíos, y
más específico aún, de Kibernetes que es el timonel que controla y domina al
navío, en tanto ámbito que congrega tecnologías y, también, operarios
navegantes. Sin dudas la cibernética es control y dominio, más allá de su campo
de estudio específico que es, según Wiener, la comunicación. El objeto de esta
tecno-ciencia es…todo.
En
tanto dominio, la cibernética trasciende su carácter científico y se dispone
como técnica y proyecto transformador del mundo. En este sentido esta
tecnociencia final se establece como sociedad sobre un ámbito para el dominio de
este a través de la información, categoría contraria a la entropía. Dominar es
tener un poder sobre un ámbito y no solamente sobre quienes habitan dicho ámbito,
aunque, en verdad, el dominio sobre un ámbito se da a través de la proyección
de la información sobre sus habitantes más o menos circunstanciales. El control
y el dominio sobre los diversos actores sociales sean humanos o no humanos, de
un determinado ámbito es una de las prácticas fundamentales que caracteriza a
la cibernética como tal.
Gilbert
Simondon llama a los ámbitos donde la sociedad cibernética se concreta como
intensidad, Conjuntos Técnicos. Un Conjunto Técnico es un hábitat
cibernético donde se relacionan diversos Objetos
Técnicos, más específicamente Individuos
Técnicos, es decir máquinas y sistemas que, en principio, son gobernados
por seres humanos según gradientes de mando que van desde la programación del
sentido y destino de un Individuo Técnico,
hasta su simple operatividad. Un ejemplo concreto de un Conjunto Técnico es la fábrica moderna, donde la arquitectura que le corresponde
tiene por fin el alojar una sociedad cibernética particular pero, en tanto nodo
de unas infraestructuras productivas y comerciales, extiende su influencia
sobre territorios y meta-territorios, más o menos lejanos.
Si
hablamos de conjuntos, hablamos entonces de un orden y un límite para el
despliegue de un grupo social en un espacio. Queremos entonces ver, y
entenderlo, como aquello definido alrededor de un poder. El mando, el poder que
mantiene al conjunto es, en este caso, el discurso, el logos, la lógica y, como
fondo de dicha lógica, técnica por lo demás, el sentido oculto del dominio
¿Cuál es entonces el fondo oculto en la sociedad cibernética dominante? ¿Existe
un fondo más profundo aún que la lógica en dicha sociedad?
Desde
su invención, en los albores de la Primera
Revolución Industrial, el Individuo
Técnico, la máquina, ha despertado entusiasmo y, a la vez, temor. La clase
burguesa-industrial vio en la máquina a una ser-instrumental para el ascenso al
poder. La clase proletaria-trabajadora vio en la máquina a una entidad
adversaria y sucedánea. Los sujetos de la ciencia y la técnica ven a la máquina
como su creación. Los obreros como su maldición y destino. Los críticos del
progreso como una verdadera amenaza contra la humanidad y la cultura. El temor
a la máquina se mezcla con el deseo de dominarla y, a través de dicho dominio,
dominar. Así, el control y dominio de la máquina deviene control cibernético a
través de su capacidad de disponer la misma para que multiplique el poder con
sus movimientos, es decir mediante la transformación progresiva de la máquina
en autómata.
El
temor al autómata es antiguo. El temor al autómata es el temor, ahora, al
Individuo Técnico, al individuo que, efectivamente, se moviliza en función de
un control y dominio cibernético, es decir, a través de la información, más
allá del vínculo directo con la fuerza motriz y el intelecto del ser humano. Un
Individuo Técnico como autómata no
es, entonces, una mera herramienta. En este sentido, el autómata es eficiente
en relación a unas operaciones determinadas y, cuanto más determinado es su
programa relativo a las mismas, mejor será su eficiencia. El valor del autómata
reside, entonces, en el valor de su determinación programática perfectible, a
través de sus dinámicas de recursividad.
La
determinación del autómata, su fuerza y su acelerada evolución, ha significado
la pérdida de los medios de producción de vastas poblaciones humanas
(poblaciones que aumentan en número), desde la Primera Revolución Industrial a la Tercera y la Cuarta Revolución Industrial en gestación. Para
muchos, dicha pérdida significa una alienación, subordinación y, también,
terror ante un autómata que se erige, en el imaginario de las poblaciones, como
el Golem, un ser potencialmente poderoso
e independiente, pronto a revelarse contra el control y dominio de su creador
humano.
En
el mito medieval del Golem, un sabio
rabino cabalista de la ciudad de Praga crea a un ser a partir de la unión de un
conjuro y el barro, de materia y palabras mágicas. El rabino Judá León, según
el poema El Golem de Jorge Luís
Borges, permuta codificaciones hasta encontrar la clave divina para darle
autonomía mimético-humanoide a la materia (גלם, golem).
El Golem es un humanoide hecho de
barro que recibe su carácter de autómata en el momento que su creador le
insufla un orden lógico, pero dicho orden, que en principio se concreta como
servicios, se convierte finalmente en caos, en desorden y destrucción del orden
físico y social de una población, por lo que el Golem finalmente debe ser
detenido en su determinación.
El Golem
es una metáfora del temor al autómata, que no es otra cosa que el temor al ser
humano que pretende el poder del control simultáneo de la materia y el
lenguaje, más exactamente de su correspondencia divina. El jugar a dios, como
algunos aún lo dicen. Ahora bien, el Golem,
como autómata es un humanoide, es decir un ser que aparenta forma (eidos)
humana, aunque su proximidad al creador humano es aún más cercana dada su
materia-metáfora en común, el humus, la tierra arcillosa a partir de la cual es
creada su forma. Así el ser humano, el ser a partir del humus, se traslada como
ser humanoide,
es decir, ser una forma en apariencia humana a partir del humus, siendo el
mismo ser humano quien moldea dicha materia humus del humanoide. El Golem es, entonces, huella del hacer
humano, lo mismo que sus acciones.
Para
Gilbert Simondon, el temor al Individuo
Técnico no tiene, pues, sentido ya que el mismo no viene de la nada hacia
el espacio potencial de un poder, sino que es huella, por decirlo de alguna
manera metafórica, de un hacer técnico del ser humano. Por otro lado, Simondon,
pretende una mirada crítica al autómata, como desarrollo del Individuo Técnico. Recordemos que lo
llama individuo porque el Objeto Técnico
se individua, es decir que se concreta como forma a través de una individuación
progresiva desde un estadio abstracto a uno más concreto, es decir
relativamente independiente, aunque abierto al devenir potencial del ser y a la
interacción libre y sensible (comunicacional) con otros seres, entidades y
entornos.
Efectivamente,
para Simondon el autómata no es el mejor de los desarrollos del Objeto Técnico pues refiere a una
sistemática del dominio técnico a partir del dominio de lo técnico como
eficiencia teleológica cerrada y determinista. El autómata es relativo a un
código cerrado que no admite el error e inestabilidad, en gran parte y
paradójicamente, debido al temor ancestral al autómata fuera de control, pero
también debido a la referencia ya citada del dominio como poder de unos humanos
sobre otros humanos, Objetos Técnicos
y el mundo. Así es como Simondon nos dice, por ejemplo, que: “El hombre que quiere dominar a sus
semejantes suscita la máquina androide.” (Simondon, 2008, p. 32)
Ahora
bien, esta máquina como entidad suprema para la supremacía que se establece
automáticamente, es decir que hace por sí sola, de manera recursiva, no es, en
el pensamiento de Simondon sinónimo de perfección técnica, sino todo lo
contrario. El automatismo tiene valor en una sociedad coercitiva donde la
relación técnica está mediada por significaciones económicas y sociales, y no
por la capacidad de los seres técnicos de devenir según posibilidades creativas
de funcionamiento diversas y mutables. Es por esto que Simondon dice al
respecto que:
El verdadero perfeccionamiento de las máquinas, aquel del
cual se puede decir que eleva el grado de tecnicidad, corresponde no a un
acrecentamiento del automatismo, sino, por el contrario, al hecho de que el
funcionamiento de una máquina preserve un cierto margen de indeterminación. (Simondon,
2008, p. 33)
Por
lo tanto, para Simondon, una sociedad cibernética situada en el valor del
autómata, o del automatismo es, en realidad, una sociedad de baja tecnicidad,
peligrosamente resumida a las determinaciones y potencialmente cerrada al
intercambio creativo, por decirlo de alguna forma, con el entorno. Para
mantener dicho automatismo, por otro lado, la sociedad cibernética así
planteada automatiza también a las poblaciones como autómatas, invirtiendo el
sentido del humanoide como ser de humus con apariencia humana, para imponer al
ser humano que se transforma en apariencia automática de sí mismo en tanto
parte de un sistema económico y social. Este es verdaderamente el peligro.
El
peligro del automatismo de la determinación, o de la predeterminación, es que
el ser humano se vea totalmente sumergido en dicha lógica al punto de la
alienación total de su capacidad para la indeterminación. Este peligro se
extiende también al dominio mismo de la sociedad cibernética de los objetos
técnicos dado que el automatismo cierra las puertas a la relación con los
entornos espaciales significativos. Un
cierre a dichos entornos y sus mutaciones significa la incapacidad técnica para
la adecuación a las transformaciones de los mismos y la proyección, entonces,
de unas transformaciones propositivas desde el mismo dominio técnico. Sin
transformación no hay información ni individuación técnica. Es por esto que
Simondon insiste con lo que sigue.
Una máquina puramente automática, completamente cerrada
sobre ella misma en un funcionamiento predeterminado, solamente podría ofrecer
resultados sumarios. La máquina que está dotada de una alta tecnicidad es una
máquina abierta, y el conjunto de máquinas abiertas supone al hombre como
organizador permanente, como intérprete viviente de máquinas, unas en relación
con otras. Lejos de ser el vigilante de una tropa de esclavos, el hombre es el
organizador permanente de una sociedad de objetos técnicos que tienen necesidad
de él como los músicos tienen necesidad del director de orquesta.
(Simondon, 2008, p. 33)
Es
decir que el hombre orquesta, esto es, determina un lugar a partir de un
movimiento libre aunque organizado de unos Objetos
Técnicos diversos. Dicha orquestación en un lugar, para que sea libre, debe
ser libre de determinaciones cerradas, aunque no libre de técnica sino todo lo
contrario, deberá poseer una alta tecnicidad, una tecnicidad del lugar, o una
tecnicidad significativa del espacio como ámbitos de no dominación
predeterminada. Hasta acá nos trae Simondon. Simondon responde la pregunta por
el lugar no alienante del ser humano en una sociedad cibernética, pero no
responde la pregunta del sentido como finalidad profunda de dicho lugar, para
una sociedad cibernética libre de dominación abierta a la indeterminación y la
orquestación por parte del ser humano. Para poder avanzar sobre este tema
deberemos, en verdad, retroceder no muy lejos en las referencias
crono-filosóficas, hasta el Heidegger crítico de la cibernética.
Construir,
Habitar, Proyectar.
El desocultar que domina la técnica
moderna tiene el carácter de poner en el sentido de la provocación. Esta
acontece de tal manera que se descubren las energías ocultas en la naturaleza;
lo descubierto es transformado; lo transformado, acumulado; lo acumulado, a su
vez, repartido y lo repartido se renueva cambiando. Descubrir, transformar,
acumular, repartir, cambiar, son modos del desocultar.
(Heidegger, 1997, p.85)
Retroceder
es retornar. Retornar es retornar a un determinado lugar. El lugar aflora
originalmente, como locus, el ámbito destinado a la protección de la divinidad,
pero también como ámbito sagrado en el bosque y espacio susceptible de ser
habitado por una población. Un lugar es, entonces, un claro en dicho bosque,
una claridad en el bosque donde poder construir moradas que permitan, a su vez,
mantener abierta dicha claridad. Tales los significados primeros del lugar,
aunque no podemos olvidar también, que todo lugar es un destino, un sitio al
cual llegar.
La
Técnica Moderna es, para Heidegger,
el destino de la metafísica y del ser humano contemporáneo, el sitio inevitable
al cual llegar, y la cibernética, el camino, el método avanzado de una técnica
que, efectivamente, domina al planeta, los seres y los entes que en él habitan.
Heidegger propone ir al encuentro de la esencia de la Técnica Moderna y su peligro ya que en tal peligro se encuentra,
según él, lo que podría salvar al ser humano, retornarlo al origen, es decir a
su hábitat planetario primigenio. Para Heidegger, entonces, ir es volver, por
eso intentará dicho retorno yendo al encuentro de la cibernética, ensayando una
intuición acerca de su configuración espacial, de ahí su utilización del bosque
como metáfora de un ámbito que podríamos llamar progresivamente
infraestructural, intrincado y laberíntico.
El
bosque no sería en principio un lugar. Un bosque es un entramado donde
perderse. Para poder ser habitado los seres humanos deberán abrir los caminos
y, sobre todo, los lugares, es decir los claros donde poder establecer las
poblaciones. Dichos claros ‘son’ en el bosque, pero son también libres de él.
En los claros domina el habitar humano con sus prácticas sociales, sus ritos,
sus costumbres y, por supuesto, sus edificaciones. Desde ahí el ser humano habita
al bosque, pero no podría realmente hacerlo sin ese claro edificado donde
morar. Dicho morar que permite los momentos de paz, de lentitud y residencia,
requiere de las construcciones adecuadas, las cuales forman parte de las
prácticas sociales correspondientes de cada población.
En
general, las moradas del bosque son construcciones realizadas desde la misma
materialidad del bosque, son transformaciones del territorio que se proyectan
en la mente de los futuros pobladores. En el caso de los grupos más
sofisticados, la población futura será planificada partiendo de una cierta
economía de la materialidad relativa al bosque, entendiendo al mismo como una
simultaneidad de fenómenos complejos de materiales y energías potencialmente
diversas. Dicho de otro modo, las moradas en el claro del bosque, son
transformaciones del mismo. Transformaciones técnicas y, podría decirse también
arquitectónicas, que se derivan de la complementariedad con el entorno.
Para
que una población en el claro del bosque prospere, deberá asociarse
fraternalmente con el entorno. Sobre-explotarlo en función de un desarrollo
desafectado podría poner en crisis al bosque y, por lo tanto, a la población
misma, en tanto dicha población vive del bosque y su capacidad para brindar el
sustento. Así fue en la antigüedad. El Tektón, el carpintero de la antigua
Grecia, por ejemplo, debía buscar con cuidado y respeto al árbol indicado para
hacer uso de su madera. Sobre-excederse en su función propiciando la tala
indiscriminada podría acarrear una hybris, una maldición. Para eso, los
protocolos de las religiones primigenias, fuertemente arraigadas al entorno
inmediato, ponían freno a dicha funcionalidad excedida, dicha ejecución sin
sentido de entidades naturales.
La
ejecución indiscriminada de las naturalezas de la tierra y del cielo, era
equivalente a la ejecución indiscriminada de las divinidades y por lo tanto, a
posteriori, de los mortales, en tanto los mismos eran determinados por el poder
de las inmortales. Así nos lo recuerda Heidegger con su metáfora de la cuaterna
como sociedad de la Tierra, el Cielo, los Mortales y los Divinos, en tanto
cuatro condicionantes relacionadas para un habitar verdadero, desde tiempos
inmemoriales. Si el equilibrio en devenir de la cuaterna se quiebra, el peligro
aflora. Por eso cuando el ser humano moderno y actual se traspone a la
cuaterna, desdibujando o eliminando tanto la metáfora como su sentido sagrado,
la función de ejecución de la técnica en tanto desocultamiento de la
potencialidad de la tierra como dadora de materias y energía, deviene Técnica Moderna y máquina que transforma
vorazmente al planeta en desarraigo para el ser humano.
La
cibernética es para Heidegger la avanzada de esta Hybris, es la funcionalidad
ejecutora que libera a la medida y al cálculo, del sentido de respeto a la
cuaternidad. El mundo moderno y su técnica, funciona y, por lo tanto, ejecutan
hasta el final su sobre-explotación, tal el sentido, en todo caso, de la
función en la Técnica Moderna. Pero
al ejecutarse hasta el final, la función se consume, dejando las sobras
impagables de su actividad sobre los paisajes yermos del planeta. El dejar el
planeta librado a la función es, sin dudas, una de las premisas, por ejemplo,
de la primera arquitectura moderna del siglo XX. El dejar el mundo despejado
para la función es, precisamente también, la crítica de Heidegger a la Técnica Moderna y, por extensión, a su
vanguardia la cibernética, como deja claro en la famosa entrevista con la
revista der Spiegel cuando le preguntan y responde:
SPIEGEL: Sin embargo, se le podría objetar
de manera completamente ingenua: pero, ¿Qué es lo que está dominando? Todo
funciona. Cada vez se construyen más centrales eléctricas. Cada vez se
producirá con más destreza. En la parte de mundo altamente tecnificado los
hombres están bien atendidos, Vivimos en un estado de bienestar. ¿Qué faltaría
en realidad?
HEIDEGGER: Todo funciona. Esto es precisamente
lo inhóspito, que todo funciona y que el funcionamiento lleva siempre a más
funcionamiento y que la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y
lo desarraiga. No sé si vio usted, estaba espantado, pero desde luego lo estaba
cuando vi las fotos de la Tierra desde la luna. No necesitamos bombas atómicas,
el desarraigo del hombre es un hecho. Solo nos quedan puras relaciones
técnicas. Donde el hombre vive ya no es más la tierra.[4]
Para
Heidegger la tierra es, entiendo, la estructura de emplazamiento primordial,
pero con la cibernética como tecnociencia de la vinculación generalizada de los
fenómenos técnicos, el mundo deviene redes, infraestructuras. Así, en esta
etapa del desarrollo industrial, el ser humano afectado al mismo pasa de
habitar estructuras a infraestructuras integradas y unificadas. El integrar
técnicas y ciencias había sido el objeto fundamental de la filosofía. La
ciencias no tenían por finalidad el disponerse como espacios para el pensar
sino el de desocultar y descubrir. El hacer de las ciencias y el pensar las
ciencias eran el objeto de la filosofía. De esta manera la filosofía integraba
a las ciencias en ideas del mundo. Pero las atomizaciones en ciencias
independientes primero y su reunificación mediada por la técnica absorbieron al
campo del pensamiento dentro de las lógicas que debían ser pensadas y,
proyectadas, extraviando entonces el pensar crítico mismo respecto de la Técnica Moderna y su devenir como
dominio. Así lo expresa Heidegger:
El despliegue de la Filosofía en
ciencias independientes, aunque cada vez más decididamente relacionadas entre
sí, es su legítimo acabamiento. La filosofía en la época actual, ha encontrado
su lugar en la cientificidad de la humanidad que opera en sociedad. Sin
embargo, el rasgo fundamental de esa cientificidad es su carácter cibernético,
es decir técnico. Presumiblemente, se pierde la necesidad de preguntarse por la
Técnica Moderna, en la misma medida
en que esta época marca y encausa los fenómenos del mundo entero y la posición
del hombre en él. (Heidegger,
2000, p.79)
Es
por esto que, creo, Heidegger reclama el retorno al claro en el bosque, ahora
el claro en el bosque de las infraestructuras de la cibernética (es mi
interpretación), como un lugar sagrado construido para pensar el estado de la
cuestión actual de la técnica y el mundo. Sin ese pensar que, también creo, es
un proyectar, no podremos, los seres humanos, encontrar la salida al laberinto,
a las infraestructuras de emplazamiento que nos dominan, pero que también
dominan a un mundo de la técnica esclavizado en función y ejecución hasta el
final del entorno que le permite existir. Para Heidegger, no hay nada que los
seres humanos puedan hacer, quizás porque la cibernética se despliega como un
lenguaje que ordena los movimientos de las poblaciones. Heidegger solo ve como
posibilidad de salvación a una entidad unificadora exterior poderosa, quizás un
dios. Así lo plantea en la entrevista con Der Spiegel:
SPIEGEL: Bien. Pero ahora se plantea la
cuestión: ¿puede el individuo influir aún en esa maraña de necesidades
inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en
que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos
HEIDEGGER: Con esta pregunta volvemos al
comienzo de nuestra conversación. Si se me permite contestar de manera breve y
tal vez un poco tosca, pero tras una larga reflexión: la filosofía no podrá
operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto
vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y
afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única
posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la
poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el
ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si
desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente.[5]
Esta
es, sin dudas, la más fantástica y esperanzadora de las contradicciones de
Heidegger. Si realmente no hay nada que podamos hacer frente al progreso de la
desolación y desesperación que produce un mundo en franca destrucción ¿cómo es,
entonces, que nos solicite preparemos, con el pensamiento y la poesía, para la
aparición, o no, de un dios, en tanto metáfora de una poderosa vinculación con
lo aquello-otro natural? Si nos atenemos
a la palabra ‘pensar’, como una
representación proyectada, y a la poiesis, como una construcción significativa,
una fabricación mimético-técnica, estaríamos frente a la edificación de una
nueva etapa del claro. Una probable nueva construcción desde donde poder tanto
pensar, cómo habitar y proyectar, libres, dentro del bosque, en sociedad, en
este caso una sociedad cibernética, donde los mortales se salven al salvar al
lugar, es decir al claro. En esto seguimos a Heidegger quien dijo:
Los mortales habitan en tanto salvan
la tierra -la palabra "salvar" tomada en su sentido antiguo que
Lessing todavía conoció. La salvación no sólo libera de un peligro. Salvar
significa en realidad: dejar a algo libre de su propio ser. Salvar la tierra es
algo más que sacarle provecho o incluso extenuarla. El salvar la tierra ni la domina
ni la somete, a partir de lo cual sólo hay un paso hasta la explotación sin
límites. (Heidegger,
2002, p.27)
Salvar viene del latín “salvare” y
este del verbo “salvus”, lo que se mantiene a salvo, es decir, lo que se
mantiene entero, íntegro; por lo tanto, un hábitat que salva la tierra es un
hábitat integral, un hábitat que congrega. Las construcciones a las que se
refiere Heidegger son cosas, es decir, etimológicamente, congregaciones o,
mejor dicho, congregantes. Las cosas en tanto verdaderas construcciones son,
interpreto y aventuro, congregantes de la cuaternidad o cuadratura, esto es, de
la Tierra, del Cielo, de los Divinos y de los Mortales. Pero salvar algo
significa también elevarse por sobre ese algo (figura 57). En este caso salvar al planeta, por
ejemplo, podría constituirse como un situarse por sobre el mismo, aunque
manteniendo unas raíces, de manera de liberarlo en gran medida y sentido, para
su regreso al origen.
De esta manera tenemos ya algunas
posibles instrucciones para las próximas moradas arquitectónicas que permitan
la apertura del claro en la sociedad cibernética hacia dónde se adentra la
humanidad. Humanidad que deberá mediar, entre los Objetos e Individuos Técnicos,
desde unos ámbitos libres de dominación para lo cual dichas moradas deberán
también disponerse como resguardo de los sentidos más primordiales y
originarios, según unas arquitecturas que los integren por sobre unos
territorios naturales que podrán, entonces, regenerarse con el objeto de volver
a propiciar la vida.
[1] Entrevista a Heidegger en la revista
Der Spieguel
[2] “En el salvar a la tierra, en el
acoger el cielo, en el esperar a los divinos, en el conducir a los mortales se
produce el habitar como cuádruple preservar de la cuadratura” (Heidegger, 1997, p.29)
[3] Prólogo de Umberto Eco en
Santarcangeli, P. (1997). El Libro de los
Laberintos. Madrid: Ed. Siruela.
[4] Entrevista a Heidegger en la revista
Der Spiegel.
[5]Entrevista a Heidegger en la revista
Der Spiegel.